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 Escrito por Eduardo Jesus Roman Andoñe
 I. Naves de locos 

La primera parte del texto corresponde a un rastreo de los procesos de internamiento y exclusión de la Lepra, en la fase de su retirada. La enfermedad desaparece a finales de la Edad media, sin embargo heredará su lógica de exclusión a otras “anomalías” que comenzarán a aparecer en los albores de la modernidad y que se manifestarán institucionalmente hasta hoy. Devela, por otro lado, algunos materiales que dan cuenta del origen de los valores y los códigos históricos que intervinieron en la configuración de la racionalidad moderna. 

Según datos de la época (Mateo de Paris), había en la Europa Medieval alrededor de 19 mil leprosarios; lugares que no estaban destinados al mejoramiento o la superación de la enfermedad, sino a su aislamiento y exclusión social. En el siglo Xlll había solo en Francia cerca de dos mil de estos centros de internamiento, según datos obtenidos luego del Censo que ordenara Luis VIII para reglamentar la cuestión. 

Van a pasar algunos siglos para que la lepra desaparezca definitivamente, dejando como herencia sus códigos y sus lógicas sociales. 

A medida que los recintos van quedando vacíos, los bienes y los recursos que le pertenecían, van siendo redestinados a hospitales y otros establecimientos de asistencia. La Lepra comienza su retirada definitiva de Europa y los leprosarios pasarán a ser ocupados por incurables e insanos; los pocos leprosos que quedan, serán confinados en un internado central. 

Es importante notar la cosmovisión epocal dominada por el Cristianismo, en donde se presenta a la enfermedad como una gracia de Dios para el que la tiene, que además, y como mandato divino, debe alejarlo de la iglesia y del mundo; debe el enfermo ser excluido, apartado de la vida social, por representar lo inhumano dentro de lo humano, y sin embargo en este acto alcanzará también la salvación o la purificación del Alma. Esta exclusión es socialmente aceptada y se transformará en una de las lógicas del pensamiento moderno, que se expresará más adelante en la separación y aislamiento social de otro fenómeno, como la Locura.

Cabe mencionar que con el fin de la lepra, aparecían las enfermedades venéreas, que también sufrieron la exclusión y el internamiento durante un tiempo, ocupando los antiguos leprosarios, para abandonarlos prontamente, debido al estatuto médico de su enfermedad, considerada una más por la medicina. De esta manera los venéreos comienzan a ser atendidos en los hospitales, librándose en algún grado, de la exclusión. 

Por su parte la locura, o la figura del loco, comienza a adquirir relevancia para el conocimiento de la época y para el imaginario del hombre occidental En una primera etapa se habla de la existencia de naves de locos (Nef des Fous), descritos como extraños barcos en el que navegan sin objetivo final, los insensatos.
El hombre del siglo XVI ve en el mar el origen de la vocación demoniaca de los pueblos. Debido a que el océano en esa época es “el otro mundo”; se cree que las condiciones de la navegación hacen perder la fe en Dios y los vínculos con la Patria. El mar y el agua constituyen la inquietud por la muerte y el fin de los tiempos; la barca como inquietud medieval por lo desconocido del océano, debe acoger al loco y entregarlo a los mares para asegurarse que no merodeará la ciudad y que además será purificado por sus aguas “...Pero a todo esto, el agua agrega la masa oscura de sus propios valores; ella lo lleva, pero hace algo más, lo purifica; además, la navegación libra al hombre a la incertidumbre de su suerte...”[1]. La relación y posterior sustitución del tema de la muerte por el tema de la locura, no es una ruptura entre ambas, sino una torsión de la inquietud de la muerte sobre sí misma. Esta angustia o inquietud por la muerte, ahora prefiere burlarse de la locura, en vez de ocuparse por la muerte seria. Entonces el aniquilamiento de la muerte, pasará por el extrañamiento de la locura, y puesto que la cabeza del loco está vacía, no le quedará otra que navegar en los confines de la muerte, puesto que en la locura se encuentra ya la muerte.[2] Entonces ya no hay que mostrarles a los locos que su viaje tiene por objeto que se enteren o entiendan la muerte y el fin de los tiempos, ahora es la locura misma que viene a mostrar que el mundo está camino a su destrucción.
En este giro sobre sí misma, esa inquietud pasará de la preocupación por la muerte a la preocupación por la locura, en donde agua y locura quedaran unidas en el imaginario Europeo de la época. Su principal expresión artística es la famosa obra de Sebastián Brant: Das Narrenschiff, que en su traducción latina queda como Stultifera Navis, nombre que usa Foucault para su primer capítulo, en donde afirma que quizás sea este el único barco que existió en la realidad y que habría sido inmortalizado en la obra de Brant. 

Surgirán en esta época una gran cantidad de obras de arte en alusión a la locura, sea para ridiculizarla o para enaltecerla. 

Para comprender esto hay que notar la separación que ocurre entre el lenguaje y la imagen, en el momento artístico del Renacimiento, es decir, aquello que pinta o compone la plástica, se separará del verbo o del conocimiento que pretendía expresar; ya no hay una sola definición o significación entre el verbo y la imagen; estos ya no dicen las mismas cosas. La pintura comienza una experiencia que se apartará cada vez más del lenguaje. Esta separación (liberación) de la imagen será producida además, por los infinitos sentidos que contiene la imagen misma, separada para siempre del conocimiento que la ordenaba. 

Entonces la imagen adquiere algo así como “vida propia” y comienza a operar desde su propia locura, es decir, separada del saber y del contenido que la animan. 

Todas las bestias que representaban la imagen de figuras fantásticas que atormentaban al hombre medieval, se invertirán y pasaran a ser la posibilidad del conocimiento de otra secreta naturaleza humana. Entonces la razón lidiará con su sinrazón para vencerla; la locura ya no es parte de la incertidumbre del mundo, ahora es constitutiva de la experiencia del hombre, de sus sueños e ilusiones; la peor locura del hombre sería no admitir que habita en ella, y de lo inseparable que es la locura de la sabiduría 

De esta manera, en el Renacimiento el arte se desplazará hacia este lugar y la locura pasará a evaluarse como parte relativa de la razón, cohabitando junto a esta en constante tensión; la locura será ahora la sinrazón de la razón. “..La locura se convierte en una forma relativa de la razón, o antes bien locura y razón entran en una relación perpetuamente reversible que hace que toda locura tenga su razón, la cual la juzga y la domina, y toda razón su locura, en la cual se encuentra su verdad irrisoria ..” [3]

Con posterioridad a la obra de Brant, se continuaron escribiendo historias de insensatos, siendo una de las más famosas: Elogio de la locura, de Erasmo de Róterdam, publicada en 1509, que presenta la sinrazón en una situación análoga con la pereza, el placer u otra conducta considerada como irregularidades humanas; en muchas obras la locura comienza a ser homologada con los “defectos” del hombre, que más adelante se instalaría como una cuestión moral estigmatizando a borrachos, avaros, impíos, lascivos, etc., bajo el perfil del loco. 

Sin embargo la locura, a pesar de su ridiculización, se instala junto a la sabiduría, como el camino más seguro de la razón: “... ¡Aproximaos un poco, hijas de Júpiter! Voy a demostrar que a esta sabiduría perfecta, a la que se llama ciudadela de la felicidad, no hay otro acceso que la locura.”[4]

La experiencia trágica de la locura será absorbida por la lógica de una conciencia crítica, que se expresará artísticamente ligada a la muerte o el asesinato en Shakespeare, o al sueño o la utopía en Cervantes. Aquí la locura es una realidad trágica que nos informa permanentemente de la finitud del hombre, en donde la muerte se presenta como único recurso para superar la locura, no obstante eternizarla en ese mismo acto; la locura es castigo y tragedia; los personajes sufren y mueren, para dejar con vida aún, a la locura. 

La locura aparece entonces como la posibilidad de la verdad, en el sentido de aportar a la razón, aquello que le permita negarse y verse enfrentada a su verdadera realidad; la locura ya no es un castigo, sino una imagen del castigo; es decir, su apariencia falsa al estar contenida en esa ilusión, permite a la razón derrotarla, desenredando la confusión y la trama, acercándose a la verdad. Opera de esta forma en una especie de reconciliación entre la verdad y la razón. 

Esta verdad será siempre ilusión (locura) y provocará una mirada que la acerque a la experiencia clásica de la locura, que foucaultianamente hablando, bien podría ser la experiencia clásica de la razón, o quizás ambas el mismo proceso. 

II. El gran encierro 

Se acerca el tiempo en que locura dejará de ser, paulatinamente, parte o contenido de la razón. 

Muchas formas de la manifestación y representación de la locura, admitidas en el Renacimiento: como el sueño y las ilusiones; la constante y provechosa tensión entre la razón y la sinrazón; el vencimiento de la muerte en la tragedia; o el material irrisorio para una comedia, comenzarán a ser acalladas principalmente por lo que el autor llama un “extraño golpe de fuerza”, en alusión a Descartes, quien en sus meditaciones, desplaza a la locura a un lugar otro, fuera de la razón, quitándole todas las investiduras y dones que el Renacimiento le había otorgado. Terminaba la presencia trágica y crítica de la sinrazón al interior de la razón. 

Para la locura comenzará la época de su encierro; pasará de ser casi un signo del destino humano y de la razón, a confundirse con la mas mínima ilusión, error o sueño cotidiano; Toda su liberación, en tanto sentido e imagen, será reducida a la exclusión y el silenciamiento; de sus viajes infinitos en las naves de insensatos, pasará al confinamiento en los hospitales, otrora reducto de los leprosos. 

Ocurre en este contexto un profundo cambio epistemológico, ese golpe de fuerza, es un golpe filosófico y discursivo, que no solo marcará el lugar y el contenido (encierro) de la locura al interior de las relaciones sociales, también orientará, hasta hoy, el devenir del pensamiento moderno. 

Descartes en su famosa obra: Meditaciones Metafísicas, que inaugura el racionalismo en la modernidad y su nuevo discurso sobre la razón, va poner a la locura fuera de la posibilidad o facultad de dudar que posee la razón. En el recorrido de sus dudas, afirmará que solo la locura o un loco, podría dar falso testimonio de lo que se le presentaba ante sus sentidos, colocando a la locura, como mínimo, en el lugar del error, “... ¿ Cómo podría yo negar que estas manos y este cuerpo son míos, si no, acaso, comparándome a ciertos insensatos cuyo cerebro está de tal modo perturbado y ofuscado por los vapores negros de la bilis que constantemente aseguran ser reyes cuándo son muy pobres...?[5]

La locura ya no tiene cabida en la razón. Este golpe del racionalismo cartesiano la ha expulsado, reduciéndola epistemológicamente al mero sueño, al delirio o al error. Al dejarla fuera de la razón, la ha dejado además, fuera del proyecto moderno. 

Así la locura, que alguna vez participó de la actividad de la razón, facilitando el camino o la búsqueda de la verdad, ahora, producto de este golpe cartesiano, quedaba exiliada de la razón y de la verdad. Aquella verdad, que en el horizonte representacional moderno, equivale al Bien. 

Por lo tanto lo que aquí estaba operando, era también un giro moral o valórico. Ahora la locura estaba en el juicio representacional clásico entre el Bien y el Mal; epistemológicamente fuera de la razón y moralmente fuera del Bien. “... El encaminamiento de la duda cartesiana parece testimoniar que en el siglo XVII el peligro se halla conjurado y que la locura está fuera del dominio de pertenencia en que el sujeto conserva sus derechos a la verdad: ese dominio que, para el pensamiento clásico, es la razón misma...” [6]

Comienza el internamiento de la locura, que el autor definirá como el gran encierro, concepto que reunirá en su contenido a mendigos, inválidos, lascivos, borrachos o mal agraciados, en un recinto cuyo nombre se mantendrá hasta nuestros días: el Hospital General, que heredará los recintos de los antiguos leprosarios, reproduciendo el sentido y la imagen de su exclusión. 

En el siglo XVI han comenzado ya estos discursos que generan una “verdad” acerca de la locura y que aportarán el material para el proceso de cosificación de ésta, a lo largo de la época clásica (s. XVII, XVIII). Este proceso convertirá a la locura en una experiencia sin sentido y terminará reduciéndola a la categoría de enfermedad mental. De esta manera la locura será apartada para siempre del pensamiento racional moderno. Es importante notar la importancia y la capacidad que otorga el autor, al universo discursivo y simbólico que influye sobre las conciencias en los procesos de subjetivación, y que se ven expresados a lo largo del tiempo, en las prácticas institucionales. 

El gran encierro viene a ser el resultado institucional del proceso de aislamiento y reclusión de la locura. Solo es ese lugar (encierro) el que producirá los objetos de estudio de la moderna ciencia de la psiquiatría. Esos objetos, de los que se ocupará esta disciplina desde siglo XIX en adelante, no están contenidos en algo así como una naturaleza humana o como irregularidades de la misma, que la ciencia debe descubrir y tratar. Más bien es el encierro psiquiátrico el que los ha producido. Dicho de otra manera, la psiquiatría solo pudo nacer cuando sus objetos, que no existían como tales, fueron producidos por este encierro. 

Entonces el nacimiento del hospital psiquiátrico en este contexto, no obedece a razones médicas, sino a la preocupación de la burguesía por el orden y la disciplina social, ya que la locura representa una amenaza para .los fundamentos de la racionalidad moderna, ya sea en el plano moral, religioso o del trabajo. Dicho de otra manera, los locos -concepto que ya reúne a varias figuras de “insensatos” como los ladrones, mendigos, vagabundos, alcohólicos, cesantes- no son funcionales a las nacientes relaciones sociales de producción industrial; el confinamiento de la locura será una necesidad del nuevo orden capitalista. 

La crítica desde esta perspectiva, no se agota en la psiquiatría (o la psicología) como ciencia, más bien pretende mostrar como el proceso de configuración de esta institucionalidad, pudo estar en el origen del saber moderno y de la racionalidad occidental, otorgándoles legitimidad. 

La tesis general entonces apunta hacia la posibilidad de que este gran encierro sea una de las operaciones de la razón moderna para justificarse a sí misma.

 Eduardo Jesus Roman Andoñe




[1] Foucault, Michel: Historia de la locura en la época clásica, Fondo de Cultura Económica, México, 1967, vol. 1, pág. 25
[2] Óp. Cit., pág. 31
[3] Foucault, Michel: Historia de la locura en la época clásica, Fondo de Cultura Económica, México, 1967, vol. 1, Pág. 53
[4] Erasmo, Éloge de la folie, 30, trad. P de Nolhac, pág. 57, en: Foucault, Michel: Historia de la locura en la época clásica, Fondo de Cultura Económica, México, 1967, Vol. 1, Pág. 59
[5] Descartes, Méditations, 1, (Ewres, ed. Pléiade, pág. 268)., en : Foucault, Michel, Historia de la locura en la época clásica, Fondo de Cultura Económica, México, 1967, vol. 1, Pág. 75
[6] Foucault, Michel, Historia de la locura en la época clásica, Op. Cit. Pág.82

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