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Carlos Pérez Soto
Profesor de Estado en Física

1. El pasado es presente

Sólo se recuerda algo cuando todavía ocurre. La memoria no tiene más verdad que la que tiene la voluntad que la mueve. El contenido real de la memoria es el conjunto de situaciones en el presente que la requieren. Nunca hay memoria como tal. Hay discursos en el ahora que se presentan a través de la retórica de algún pasado. Alguno, uno entre muchos posibles. Aquel pasado que permita vehiculizar lo que nos resulta vital en el presente.

Pero no toda voluntad, no todo conflicto presente, requiere la retórica de la memoria para darse impulso y legitimidad. El pasado es necesario para los que han llegado hace muy poco al poder, o para los que han perdido la esperanza de obtenerlo. El pasado es un recurso retórico necesario para los vencedores, que construirán la legitimidad de su nuevo poder desde la ficción de un camino necesario que lo explica, o para los derrotados, que lo requieren imperiosamente para reconstruir el sentido que les ha sido arrebatado.

Para los que luchan, en cambio, rara vez el pasado es un argumento. Salvo que se hayan acostumbrado a luchar desde la posición de la derrota.

Cuando se glorifica el margen, la mera diferencia castigada, o cuando la abrumadora maquinaria industrial o la masacre o la indiferencia general, arrasan con el horizonte posible; cuando las revoluciones burguesas superan el imaginario de sus opositores, sorprendiéndolos con sus nuevos recursos, con sus nuevas ilusiones de masas y sus formas de explotación renovadas; cuando la oposición, en suma, pierde sus vínculos con la realidad que cambia al galope y la izquierda empieza a vivir sus luchas bajo las sombras y las lógicas de la derrota.

Las políticas que son posibles desde la memoria nunca apuntan hacia el futuro. El eje que las mueve, desde el pasado al presente, se consuma en el presente. Construyen un sentido y al mismo tiempo lo interrumpen. Condenan a la izquierda al papel de heredera, la ligan a la ilusión de una promesa que habría sido dictada antes y por sobre los futuros efectivamente posibles. Las políticas fundadas en la memoria paralizan a la izquierda en su derrota, la arrinconan en una actitud defensiva, la encierran en demandas que no apuntan a construir un mundo distinto sino simplemente a hacer justicia en el mundo que ya existe. La justicia en este mundo es un objetivo básico, por supuesto, pedir justicia siempre es un objetivo de izquierda. Pero, si se trata de una política revolucionaria, lo único que puede llamarse justicia es terminar con el orden existente.

2. El presente que apela al pasado

Pero no sólo las víctimas que claman justicia están hoy interesadas en hacer política desde la memoria. También la izquierda atroz, esa que lo ha traicionado todo, la de los cómplices, la de los que reciben sobres sellados, la de los que se licitan los fondos del Estado a sí mismos, la de los que llaman ‘sincerar la situación’ a subirse el sueldo de un día para otro en un cien por ciento con acuerdo unánime de todo el sistema político establecido. Esa izquierda que sólo se llama izquierda por la inercia de sus melancolías, porque la derechización general es de tal magnitud que basta con el color rojo para desentonar un poco, pero ‘desde dentro’.

Ellos también quieren ahora reivindicar sus memorias, ahora que sus discursos convencen cada vez menos, ahora que votar por ellos es casi lo mismo que votar por el enemigo. Ahora, treinta años después, se acuerdan de Isla Dawson, pasan imágenes de Allende por la tele, desempolvan las fotos que los atestiguan como ex ministros, exiliados, ex héroes.

Se nos ofrece memoria allendista a cambio de tender el velo sobre la corrupción y sobre la mantención real, eficaz y sostenida del modelo económico. Así como en Argentina los hipócritas de hoy entregan milicos viejos y retirados a las masas a cambio de que se les permita tender un velo sobre el sometimiento al Fondo Monetario. Así como el populismo peruano levanta el espectáculo de la ‘verdad histórica’ de los crímenes pasados a cambio de que se ignoren sus servidumbres con los poderes actuales. Ya lo hemos visto aquí, uno de los promotores del Golpe llora ante todo Chile, en su calidad de Primer Mandatario, rogando disculpas por los crímenes que se cometieron también gracias a su complicidad.

El espectáculo de la memoria ofrece catarsis social a cambio de normalidad económica, una ‘normalidad’ llamada así por los economistas liberales sólo porque está del lado de sus beneficios. Ofrece la posibilidad de liberar tensiones sociales a cambio de estabilidad social, eso que los políticos que “también sufrieron” llaman “estabilidad” sólo porque permite la hegemonía total de los buenos negocios capitalistas por sobre los intereses de los ciudadanos.

La izquierda atroz nos cambia sus canalladas presentes por la satisfacción de que se sepa la verdad, o de que se haga justicia echando a los leones a los milicos que ya no sirven y reservando como campeones democráticos a los que podrían servir mañana. Y hasta mi Comandante en Jefe nos sale ahora con que “nunca más”, como si se le pudiera creer a alguien que declara sin arrugarse, de manera oficial y sin que absolutamente nadie sea llamado a responder por el hecho, que “los desaparecidos no pueden aparecer porque los tiramos al mar”.

Si sólo se tratara de que “fuimos héroes”, si se tratara en realidad de que “lo que hicimos tenía sentido”, “volveríamos a vivir ese entusiasmo, que nunca hemos perdido del todo”. Pero no. La izquierda innoble no es capaz de reivindicar su pasado sin enturbiarlo con el masoquismo de lo que llama “autocrítica”, sin extasiarse en enumerar largamente sus propios errores y, tan largamente como eso, en enumerar las virtudes del enemigo. Todas sus reivindicaciones de memoria están atravesadas por “peros”, por “sin embargos”, por “reconocimientos” y “lecciones” que tendríamos que incorporar para que sus locuras juveniles no vayan a repetirse.

Los viejos de los años sesenta han llenado con sus frustraciones el horizonte político de todas las generaciones que los siguen. Les han pegado sus amarguras, sus desencantos. Han condenados a los jóvenes a comprenderse a sí mismos a través de la memoria innoble de la derrota. Han traspasado sus fracasos de generación en generación, prolongando las maldiciones de sus propias impotencias históricas.

Los jóvenes de hoy no son hijos del once de septiembre, no son hijos de la dictadura. Son hijos del recuerdo de la dictadura, son hijos del recuerdo ominoso del once. Cuando somos afectados por un evento histórico tenemos que sobreponernos y ajustar cuentas, es nuestro problema. Cuando somos afectados por el recuerdo de un evento histórico nos vemos obligados a ajustar cuentas con la impotencia de otros, con los fracasos de otros. Estar marcados por el fracaso es grave, y deberíamos poder sobreponernos. Estar marcados por el fracaso de otros es un doble fracaso. Y la izquierda atroz ha hecho lo posible y lo imposible por retenernos en ello. Y ha tenido un éxito monstruoso. Y el contraste entre la belleza posible de lo que recuerdan y la miseria política en que esa belleza naufraga no hace sino prolongar ese éxito, prolongar la política construida desde y para la derrota.

Ahora, arrinconados por la derecha, faltos de credibilidad pública, nos piden que nos acordemos de que ellos cumplen treinta años, como si todos tuviésemos que cumplir estos treinta años de miseria y compromisos junto a ellos. No. Me cago en sus treinta años. Me cago en el pasado tristón. Me cago en sus éxitos obtenidos “en la medida de lo posible” y en las lágrimas derramadas en la misma mesa con los asesinos. Me cago en sus autocríticas y en sus utopías idealistas, que sólo valen para el futuro incierto, mientras se le regala el presente al enemigo.

3. El futuro

Los revolucionarios no necesitan del pasado, no deben tener pasado. El presente es su tarea; el futuro, su horizonte. Deben aspirar a crearlo todo. Deben mantener la voluntad en la aspiración absoluta de que otro mundo radicalmente distinto es posible.

No somos herederos de nada, no continuamos antiguas lógicas en formas nuevas, no somos portadores de promesas ni de encargos, no vamos a vengar ni a redimir a nadie. Vamos simplemente a inventarlo todo de nuevo.

Las derrotas sólo nos enseñan la lógica de la derrota. La memoria sólo nos enseña lo que nosotros queramos poner en ella. Y si vamos a poner algo, que sea la belleza, no la verdad, no la moral. Nuestra moralidad consiste en que queremos cambiar el mundo, no en que vamos a saldar las deudas de nuestros mayores. La verdad está para ser construida, no para esgrimirla como dada cada vez que pretendemos “rescatarla” o “reponerla en su sitio”. No hay verdades perdidas que rescatar. No hay lecciones objetivas de las que aprender. No necesitamos sus experiencias. Son los viejos los que llaman experiencia a sus propios fracasos (la frase es de don Vicente Huidobro, poeta y mago). No necesitamos la lógica de esos viejos. No estamos condenados a fracasar.

“Superarán, otros hombres”, otras mujeres, “este momento amargo” en que la complicidad prolonga el crimen, en que la democracia prolonga la dictadura, en que el pueblo es llamado “la gente” y los promotores del Golpe son llamados “demócratas cabales”; en que la voluntad de cambios es llamada “utopía(s)” como si sólo fuese posible en otro lugar, en otro tiempo, para acabar perdida en la bruma de las buenas intenciones.

“Se abrirán las anchas alamedas” sólo si es hay quiénes sepan abrirlas con su voluntad y con su fuerza. En ese mundo real, y en esas luchas presentes, sólo la belleza de las brumas del pasado nos acompañará, y sólo porque es y seguirá siendo nuestra esencia. Nada, que no sea esa belleza, merece sobrevivir.

Santiago, Viernes 5 de Septiembre de 2003.-

1 Respuestas para Superarán, otros hombres, este momento gris y amargo

Anónimo
14 de junio de 2013, 0:21

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