Ariel Gonzales
Ante todo, debemos considerar que Weber postula estas categorías fundamentales sin pensar en sistematizar, de manera absolutizante y rígida, cada uno de los cuatro tipos de acción. En ellos es posible encontrar conexiones de sentido, en cuanto al significado de la acción. Es por ello que lo racional se presenta en estos tipos de acción de modo inmediato y unívoco en la interacción con un otro –en tanto sujeto-, pero se no puede afirmar que estos sólo actúen en el campo de lo racional.
Podemos notar una primera característica en la acción instrumental (racional con arreglo a fines), y es que sus actos están calculados de modo que sólo exprese como consecuencia el objetivo buscado. En este sentido, se sirve de los medios para conseguir su objetivo. Teóricamente o idealmente esto devendría en una completa racionalización de la acción, referida a la conducta de otros. Sin embargo, en el desarrollo real de la interacción subjetiva, es posible sostener dicha racionalidad a tal punto que, la codificación simbólica de la interacción se constituya bajo un cuadro normativo y absolutamente calculado.
En diferencia a esto, una de las características principales de la acción con arreglo a valores es la idea medular de la creencia o de principios que sostiene el sujeto, los cuales tienen sentido en tanto medios de acción. Así como lo explica Weber, el sujeto “obra en servicio de sus consecuencias, respecto de lo que el deber”, sus principios o la trascendencia de una causa le ordenan en cuanto a sus actos. En este caso entonces, el cuadro normativo se desplaza al plano de lo moral o de la creencia.
En ello, plantea Weber, puede suceder que la atención dada al valor propio del acto, lleve al sujeto a un plano de lo irracional, puesto que al acentuarse dicho carácter depare en elevarse al punto de lo absoluto sobre la acción. Esto no significa perdida del sentido, sino que una elevación de las conexiones de sentido con la acción.
Dicha diferencia entre la acción calculada y la acción por valores o creencia, ha sido una herramienta teórica para localizar el punto de inflexión que caracteriza la interacción de los individuos en la modernidad. Es indudable que históricamente, la dimensión cultural ha atravesado la vida social de los individuos, pero es en este escenario moderno en donde sus relaciones se han visto implicadas en un vacío respecto del sentido de su interacción. La matematización de las acciones del sujeto, “sujetado” ya no a tradiciones o creencias que le pertenecen a un conjunto de individuos, sino a la orientación de sus acciones en relación a intereses individuales y diferenciados, en los que el fin estaría fríamente calculado.
Respecto a ello, J. Habermas nos demuestra bajo su “Teoría de la acción comunicativa”, la importancia de los tipos de acción en Weber, derivando de la acción instrumental, la acción comunicativa. Esto que “fuerza u obliga a considerar también a los actores como hablantes u oyentes que se refieren a algo en el mundo objetivo, en el mundo social y en el mundo subjetivo”, puesto que es desde ahí donde surgen los significados y los modos efectivos de interactuar en los dos complejos niveles de la sociedad, que el autor diferencia: el sistema y el mundo de la vida. Para el autor, es en este último donde sucede la acción comunicativa y aquel que se encuentra en permanente tensión con la racionalización que intenta fragmentar o diferencia las diversas esferas que lo componen (la cultura, la sociedad y la personalidad).
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